lunes, 14 de marzo de 2011

de Azagra a Buenos Aires

Después de ver la obra de teatro, paseamos hablando sobre ella hasta el restaurante que había reservado para invitarme por su cumpleaños: la Manduca de Azagra, espacioso, tranquilo, austero, minimalista. Teníamos reservada una mesa en la sala de la entrada y de allí, debíamos cruzar todo el restaurante para ir al baño en la planta sótano. Bajo las escaleras, a un lado unos reservados y al otro los baños con la misma austeridad de la sala pero respetando el diseño minimalista, elegante y pulcro.
En la mesa mantel y servilletas blancos de hilo de generosas dimensiones, cubiertos en la línea de la decoración, copas de cristal transparente para el agua y el vino y un recipiente con una planta natural que no estaba a la altura del entorno; sin velas -pudo haber alguna- ni luz directa de focos sobre nuestras cabezas -que agradecemos. En la sala, generosísimas mesas vestidas con el mantel blanco y cómodas sillas de exterior con brazos y buen respaldo.
En los platos, fueron llegando primero un aperitivo cortesía de la casa consistente en una crema de verduras muy sabrosa y unos trozos de chistorra; después unos pimientos de cristal, y un revuelto de boletus y foie exquisito y jugosísimo seleccionados con dificultad de entre una extensa carta de verduras de la huerta de Azagra; detrás vinieron la lubina salvaje con verduras al vapor y el rabo de toro deshuesado con salsa de boletus que empataron en todo. El remate fue la torrija caramelizada, cremosa, suave, dulce, con helado de frutos secos que sirvieron, como el revuelto en dos medias raciones para no compartirlo del mismo plato, un servicio que no nos han ofrecido en otros sitios, la media ración sí, pero no el hecho de servirlo en dos, ya repartido.
Un café, un chupito y la cuenta, que no pagué yo porque iba invitado.
Pagué un gin tonic en el local de la esquina, recién inaugurado, donde estuvimos solos con los cuatro camareros y el sonido de los tangos. El Buenos Aires Cocktail Lab nos gustó por su decoración sobre todo y por la comodidad de su espacio, por el trato de Diego Olivera con quien charlamos al despedirnos, pero cuyo ambiente tendremos que descubrir en otra ocasión si el público y la clientela del local lo permiten.

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