domingo, 28 de octubre de 2007

los colores y los días

Se recogen estos días las alfombrillas malvas del azafrán y me acerco a la sombra de los doce molinos centenarios para ver el folclore del pueblo y el que importamos de otros puntos del país, desde donde llegan otras banderas, otros colores, que se reunen en torno a la bandera rojigualda sin que aquí se haga mención a la memoria histórica, ni a los bandos de la guerra, ni a la propiedad de la tela, ni de los colores, ni de los símbolos. Simplemente son símbolos, que representan a los que los llevan, sin más parafernalia.
Vienen danzantes y cantantes de Madrid -vestidos de goyescos-, de Santander -con bailes de estética ancestral en honor de una virgen, y a ritmo vertiginoso-, y de Almería. Todos ellos, junto a los del pueblo, hacen gala de buen hacer y de gusto por lo que son y lo que tienen. El colorido se suma al de la rosa del azafrán, que se ha recogido estos días, poco después de terminar con la vendimia.
Los colores van y vienen y son protagonistas de estos días tranquilos en la Mancha. Los colores se vuelven festivos después del trabajo de unos cuantos días que darán el sustento a algunas familias -ya pocas- dispuestas a seguir trabajando unos días más al cuidado y al calor que han de darle a las hebras para que enciendan más su color, su olor y su sabor.
Pero los colores se empañan un poco, se destiñen por los marrones de esta tierra que no se acostumbra a exportar lo que tiene, que no se atreve a venderlo como otras tierras, y que no valora lo que tiene en la medida que realmente vale. Para vender azafrán hace falta un frasquito pequeño como el que exigen las buenas esencias, y para vender la fiesta hay que envolverla en papeles y lazos, en otros colores que no sean marrones, y en sabores de esta tierra que alimenten los paladares de los que la visitan al olor de la Rosa del azafrán.

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